El beso más intenso

Su ojos estaban huérfanos de mirada y no podía dejar de fijarme en ellos con la esperanza de que de pronto regresara aquella forma suya de calmarme, la infinitud con que se veía el universo dentro de ellos. Escuchaba el estruendo metálico de los vigilantes mientras arrastraban los cadáveres. Era de esperar, no tardarían mucho en dar conmigo y asesinarme, tan pronto como uno de los drones, que sobrevolaban la pila de cuerpos inertes, detectara mi respiración y mis latidos o en cuanto los vigilantes despegaran su cuerpo del mío en semejante última herejía. Pensé que no lo iba a permitir, que me mantendría aferrada a cuerpo hasta el instante de la muerte, incluso después seguiría unida al suyo como un último acto de rebeldía. No vi pasar toda mi vida frente a mis ojos como contaban los supervivientes de los vigilantes, sólo vi los momentos que pasamos juntos, los enfrentamientos que compartimos, las horas haciendo guardia del sueño del otro, la alegría compartida cuando lográbamos cazar algún ave o algún conejo en el monte. Volví a escuchar cada una de sus palabras, aquellas largas conversaciones con las que intentaba convencerme de que debía controlar mi ira, que los mismos que yo disfrutaba de matar eran por los que estábamos luchando y que no debía de perderme en la misma brutalidad con la que nos exterminaban, seguíamos siendo humanos y esa era la verdadera bandera de la resistencia. Yo nunca lo entendí, yo luchaba por mí misma, por venganza y supervivencia o al revés, nunca he sabido bien cuál de las dos era más importante. Su idealismo me causaba ternura y, en muchas ocasiones, verdadero enfado, sobre todo cuando se empeñaba en dejar con vida a los traidores como si tuviera que demostrarse a sí mismo que seguía siendo humano después de derramar tanta sangre. Siempre le resultó más cómodo enfrentarse con los vigilantes, mucho más fuertes que un hombre pero aquellas moles de chatarra no sangraban, por eso era tan necesario para el grupo, siempre era la avanzadilla que nos mantenía a salvo de ellos y eso forjó la leyenda que giraba en torno a su habilidad para desmontar esas máquinas asesinas de un par de golpes.

Las detonaciones al fondo me sorprendieron y creo que también a los vigilantes que detuvieron por un momento su tarea de retirar los cadáveres, seguidos por el zumbido sordo de los drones. Tenía una oportunidad muy vaga de salir corriendo y tal vez salvar la vida, empujé con mis brazos su cuerpo para retirarlo del mío y el movimiento hizo brotar la sangre por su boca, cayó sobre mi rostro, aún tenía el calor que lo habitaba minutos antes. De repente algo se volvió más prioritario, más urgente que escapar, más importante que cualquier otra cosa en el mundo. Todos nosotros sabíamos lo que hacían con los cadáveres en aquel perfecto círculo macabro y perverso, los procesaban para convertirlos en el biocombustible de las mismas máquinas que los mataban y esa idea se volvió la más terrible de las imágenes en mi cabeza, me aterró más que la muerte que me acechaba, me horrorizó más que la ausencia de sus latidos. Qué podía hacer para preservar su alma de aquello. Finalmente había logrado convencerme de que tenemos una, de que es buena, victoriosa y eterna, me había convencido pero no lo suficiente, no me contó cómo escaparía de las entrañas metálicas que la encerrarían. Ojalá me hubiera contado más, ojalá le hubiera escuchado con más atención ¿Pasaría la eternidad dentro de un vigilante? En mi delirio hacía cábalas buscando una solución a un imposible mayor que la propia esperanza de resolverlo. Su sangre seguía cayendo sobre mi rostro y de repente, me dio la respuesta, tomé su cara entre mis manos y puse mi boca en la suya, tragué y tragué cuanta sangre se derramaba de su cuerpo deshecho. Era una estrategia perfecta, su sangre, su alma, me la llevaría conmigo, la pondría a salvo de las máquinas y luego buscaría un lugar donde ocultar nuestras almas para siempre.

Han pasado muchos años y todavía no se ve el final de esta guerra. Desde entonces ni un momento he dejado de pensar en aquel día que me enseñó dos cosas fundamentales, cuando tienes alma luchas y sobrevives mejor y que no hay amor más sincero que el que comparte el alma ni beso más intenso que el de la sangre.

Europa Prima